
No hace tanto que mi abuelo Fulgencio ejercía la oftalmología en unas condiciones ya muy diferentes a las actuales. Quizás los conocimientos médicos no han cambiado en gran medida, aunque sí el acceso a éstos, tanto por parte de los médicos como de los pacientes. Este acceso a la información es uno de los principales cambios que han tenido lugar en los últimos años. El otro, sin lugar a dudas, es el espectacular avance en las técnicas tanto diagnósticas como terapéuticas que se viene desarrollando en la medicina, sobre todo en especialidades como la oftalmología (aunque esto lo dirá cualquier médico de su especialidad). Quizás la catarata puede ser un ejemplo paradigmático de todo esto.
Volviendo a mi abuelo Fulgencio, a él le toco vivir una época que se ha dado en llamar como medicina paternalista. El paciente, sin apenas información veraz de lo que le estaba pasando, acudía al oftalmólogo sospechando que su ya avanzada pérdida de visión podían ser cataratas. El oftalmólogo, con escasos artilugios para el diagnóstico le decía que, efectivamente, tenía cataratas, pero que tendría que esperar a que estuvieran más avanzadas para poder operarlas. Al paciente no le quedaba otro remedio que esperar resignado, es lo había dicho el médico, depositario único del conocimiento en la materia, y por ello una figura respetada en la que se tenía fe ciega y que tomaba las decisiones en exclusiva.
Por otro lado, la cirugía de catarata, aunque comenzaba a cambiar, se hacía mediante la técnica intracapsular, lo que requería, además de que la catarata estuviera muy avanzada, la extracción completa de ésta a través de una incisión de casi la mitad de la córnea, lo cual suponía el ingreso e inmovilización del paciente durante varios días, así como un alto riesgo quirúrgico. Por supuesto, todo esto sin microscopio en la mayoría de los casos, ni ninguna otra ayuda tecnológica, sólo las manos del cirujano y sus instrumentos quirúrgicos. Los resultados visuales podrían definirse como espectaculares para la época, el paciente pasaba de percibir la luz a ver bastante bien, eso sí, con grandes astigmatismos, necesidad de gafas con más de 11 dioptrías (hasta que comenzaron a implantarse de forma rutinaria las lentes intraoculares), etc. Con todo esto, lo habitual era una gran satisfacción tanto por parte del médico como del paciente.
Pero, como podrán imaginar, no eran nada raros los fracasos, complicaciones quirúrgicas y postquirúrgicas, que hacían perder la visión, o incluso el ojo. Era algo que entraba dentro de las posibilidades reales, el médico había hecho todo lo que había podido, mala suerte.
Era una gran época, heroica diría yo, sin ayuda tecnológica ninguna, muy escaso y tardío acceso a los avances en la materia, pero eso sí, con gran respeto al médico y quizás baja presión por parte de la población.
Bastante ha cambiado la escena desde entonces. De la mano han ido los grandes avances en la medicina y el acceso a la información. Hoy en día, en cuanto el paciente percibe el más mínimo cambio en su salud busca una explicación. La referencia sigue siendo el médico, pero primero consulta sobre sus síntomas en internet, donde se puede encontrar gran cantidad de información actualizada, opiniones, experiencias y demás en webs, blogs, foros, etc.
El volumen de conocimiento hoy en día es enorme, con avances constantes que nos llegan de forma casi inmediata. El médico se enfrenta a un paciente que sabe, o cree saber, mucho sobre la patología que tiene, por lo que la credibilidad y el respeto son más difíciles de conseguir. Tiene el reto no tanto de explicar la enfermedad al paciente, sino de moldear los conocimientos que éste ya tiene, aclarando errores o confusiones adquiridas y definiendo los conceptos correctamente. Las decisiones ya no son en exclusiva del médico, el cual expone la enfermedad, aclara dudas y plantea alternativas, a las cuales el paciente responde tras pensarlo, y en muchas ocasiones tras consultar en internet o con otros médicos.
A esto tenemos que sumar los grandes avances tecnológicos tanto para el diagnóstico como la cirugía, lo que me lleva de nuevo a la catarata. Hoy en día, ante los primeros síntomas visuales de ésta ya nos empezamos a plantear su cirugía, alentados por los espectaculares resultados actuales. Nos enfrentamos a una cirugía de apenas 10 minutos, sin dolor, a través de incisiones de 2 mm, sin puntos, y con recuperación casi inmediata de la visión y de la actividad normal del paciente. El resultado es una visión casi perfecta, prescindiendo en la mayoría de las ocasiones de las gafas de lejos e incluso de cerca.
A cambio, la percepción por la población de que se trata de una cirugía muy fácil y exenta de riesgos. Las molestias tras la cirugía, no ver bien y en general no cumplir con las expectativas creadas no son bien aceptadas, y por supuesto, la pérdida de visión o el ojo tras una cirugía de catarata es impensable e imperdonable por el paciente.
La relación médico-paciente hace ya años que cambió, implicando cada vez más al paciente y haciéndolo más responsable de las decisiones sobre su salud, pero este cambio continúa de la mano de los avances tecnológicos, con pacientes muy informados, aplicaciones para el autodiagnóstico, posibilidad de comunicación online con el médico a través de web, foros o redes sociales. Es un cambio a mejor, un paciente bien informado y con posibilidad de comunicación directa y fácil con su médico facilitará la relación, aumentará el cumplimiento y definirá mejor las expectativas. Pero estamos ante una situación nueva, que conlleva riesgos: en la red se mezcla información correcta con otra confusa, tergiversada o completamente errónea, aplicaciones de las que desconocemos quién las desarrolla y qué fiabilidad pueden tener, o comunicaciones online entre médico y paciente que pueden suponer un riesgo para ambos.
Por ello es importante insistir en la mejora y el control de esta nueva etapa, ya definida como Medicina 2.0
Este blog pretende ser mi pequeño aporte a mejorar esa información disponible para todo el mundo, aclarar conceptos, dar consejos y orientar en lo posible sobre la salud de los ojos.
Dedicado a mi abuelo, Fulgencio Hernández Botejara (1922 -2008)